jueves, 7 de febrero de 2008

Crónica de Viaje

Cuando ronda la idea de asistir a un evento como el "Hay Festival", crece la incertidumbre de saber si los estudiantes mostrarán interés por esta información. Sin embargo, los argumentos salieron de hipótesis simples: estará Andrew Ruhemann, productor de famosas animaciones, habrá talleres para niños y haremos una crónica de viaje para que se aventuren ellos también. Con eso partimos.


Eran las 6 de la tarde cuando entramos a Cartagena. Pasamos por el Centro de Convenciones, algo de Bocagrande a lo lejos, y reconocidos restaurantes de cadena en el camino. Hasta allí supimos del resto de la ciudad.

Con maleta en mano cruzamos por la histórica muralla bañada en sangre de esclavos sin tener el menor presentimiento que de ahí no saldríamos en los próximos cuatro días. "La calle del Porvenir", preguntábamos como turistas perdidos estrenando aventura. Un mapa nos dio la ubicación exacta y llegamos al hotel.

Una escalera larga a la entrada, arquitectura evidentemente colonial con balcones en el piso superior y una habitación pequeña sin detalles que sobresalgan. No tardamos más diez minutos en salir nuevamente. Queríamos verlo todo. Afortunadamente La Ciudad Amurallada esta preparada para cumplir con el lema fundamental del turista: caminar más cuadras de las que necesita. Así que fue la última vez que usamos el mapa. Como si se tratara de un común acuerdo, estábamos dispuestos a perdernos por pequeñas callejuelas coloniales, hasta encontrarnos de casualidad con nuestro moderado hotel.

La ciudad olía a literatura. No conocíamos a nadie, ni tampoco sabíamos qué lugar era mejor. La única certeza que nos acompañaba era que había un Festival y que queríamos ser fabricantes de historias para jóvenes. Así que comimos, calmamos las ansias de ver el mar a lo lejos y entramos a dormir.

Un encuentro con Kafka
Lo que veo a la mañana siguiente marcó el rumbo de mi estadía en este lugar. De repente, de un rincón sin salida alguna, apareció de la nada un gran insecto. Recordé entonces aquellas frases de Kafka que decían que una mañana, después de un sueño intranquilo, se despertó Gregorio Samsa convertido en un monstruoso insecto. Desubicada lo observo. Estaba en medio de una atmosfera casi romántica entre maestro y alumno, cuando segundos después, ¡la cucaracha se sube a mi maleta!. No grité. No se si por pena de incomodar a otros huéspedes, no se si por complicidad con el maestro.

Así que el insecto se aprovecha de mi intimidación y se esconde. Sale a veces y cruza de un lado a otro las paredes de la habitación, intenta entrar en mis objetos personales, me espía mientras me visto. Todo como parte de su comportamiento de insecto al que preferí darle una distancia prudente. Nunca se sabe en qué momento el pequeño animal se transforma en hombre.

Hay Festival. Hay turistas.
El programa del primer día fue cubrir todos los eventos del Teatro Heredia. Sólo me acompañaba entonces un celular con grabadora, una pequeña cámara, pluma y papel. Entro y me doy cuenta que es un bonito recinto, en realidad más deslumbrante que bonito. Entre conferencia y conferencia aprovechaba para hablar con algunos escritores y periodistas reconocidos. Asediados por los demás medios, ponía citas para encontrarme con ellos después y me dedicaba a ver los libros de la carreta que aparcaba frente al Teatro. A veces hablaba con los turistas desorientados.

El día anterior habían llegado aproximadamente 5.000 turistas según informaban los medios de comunicación. Desde el 2001 la Ciudad no recibía el mismo día, la visita de tres buques de turismo internacional. Así que nada extraño fue conocer a algunos de ellos mientras estabas frente a un teatro tan concurrido. Pocos sabían que había un Festival de Literatura, algunos preguntaban por los eventos, otros preguntaban por las boletas, y otros más desenfocados, querían saber en dónde sería la fiesta en la noche.

En una ocasión llegué a contar 12 personas de todas las edades, todos miembros de una sola familia de argentinos que en masa compraron sus boletas y en masa entraron al recinto.
Fue cuestión de un día para comenzar a reconocer a las personas que caminaban por la ciudad amurallada. Identificaba a algunos escritores, sabía quienes eran los miembros del Ministerio (organizadores del evento), y veía ir y venir esos grupos de turistas que decidieron asistir a los eventos del Festival.

Para cuando me encuentro nuevamente con mi compañero de viaje, coincidimos en que Cartagena es el escenario perfecto para reunir a los mejores escritores del mundo. Extraños en un lugar pero al mismo tiempo tan conocidos por estar dentro de la muralla, daba la sensación de haber vivido siempre dentro de esta buena historia.

Fuimos al concierto de Baaba Maal donde vimos a la Ministra de Educación, Cecilia María Vélez, bailando por primera vez. La segunda, sería en un bar llamado Habana, en compañía de Fanny Mickey. Allí tropezó de frente con mi compañero, quien no desaprovechó la oportunidad para bailar con ella una pieza de son cubano.

Los días pasaron sin que notaramos cuánto tiempo llevábamos con exactitud en Cartagena. Una librería llamada Ábaco, un bar de un danés llamado El Bistro y el concurrido Quiebra Canto se habrían vuelto nuestros puntos de referencia. Sin restarle importancia -por supuesto- al Edificio de luces verdes neón, sede del Banco Popular, que se convirtió desde el comienzo, en el norte que marcaba la cercanía con el Hotel al que debíamos regresar.

Ciudad de Contrastes
Cuando creíamos tener una idea clara de Cartagena de Indias, salimos a recorrer la ciudad. Nos encontramos con la Cartagena que estaba lejos de los escritores. La ciudad que pintan los documentales de El Mundo según Pirry: llena de contrastes, llena de riqueza económica, pero de pobreza sobretodo. Grandes hoteles en Bocagrande, edificios modernos llenos de lujo y ostentación. Y frente a eso, barrios con una vida nocturna agitada, calles habitadas solamente por la indigencia y jovencitas paradas esperando una desafortunada oportunidad laboral.

Finalmente, una imagen para recordar: dos hombres: un turista y un mendigo, orinando al mismo tiempo en la pared de una vieja casa mientras sonríen, seguramente por algún chiste que tiene que ver con la ironía de haberse encontrado en el mismo lugar, en medio de su acto y cada cual cargando con sus circunstancias.

Al otro día, tras tener una mañana de playa, comenzaba a extrañar la ciudad amurallada. Era una necesidad que parecía asfixiar: tal vez por la piel quemada que ya dejaba ver su insolación, tal vez por saber que completábamos el número 80 de veces que rechazábamos masajes, playeras, collares y toda la gama de productos que ofrece el comercio informal en la ciudad.

Nos fuimos con la satisfacción de haber asistido a un encuentro alucinante. Antonio Caballero con sus controversias, Germán Castro Caycedo con sus ideas de buen periodismo, Wendy Guerra -la mujer del Tim Burton- con su belleza aterradora, Daniel Santos, preguntando por algunas revistas en el aeropuerto y Felipe Aljure, que cenaba en la mesa continua.

Fue una experiencia literaria desde el comienzo, cuando presencié en mi habitación la terrible metamorfosis de Kafka. Aunque para el insecto, su final fue trágico. Trágico y cómico como habría de ser cuando me llené de valor, me di cuenta que no podía vivir con insectos, y lo maté. No fue mi primer acto de valentía pero si confieso que me hallé satisfecha.

1 comentario:

Indie Akira dijo...

y la cronica?
fueron al hay festival a ver quien iba y quien no? y a matar bichos en vez de abrirles la ventana?
puffff....